Yasuní-ITT. El tema del año. Sobre todo por las grandes expectativas generadas desde su lanzamiento en 2007.

Si el programa era demasiado innovador, o si nos adelantamos a los tiempos, o si no era el momento correcto; siendo francos, todas estas inquietudes son correctas. Puede ser fuerte hablar de la hipocresía del mundo frente a los temas ambientales, pero que el mundo desarrollado cambió las prioridades desde el 2009 es una verdad sin discusión.

En casi todos los foros de Empresas y Sostenibilidad que he participado en los últimos 4 años, incluso en labios de Al Gore se escuchó la preocupación de que la crisis financiera global postergue los esfuerzos urgentes necesarios para combatir el calentamiento global y otros desafíos ambientales.

También debo decir que personalmente he sido testigo del entusiasmo y convicción con que Ivonne Baki ha promovido la iniciativa en eventos como el Foro Económico Mundial, y tampoco tengo dudas respecto a la aceptación conceptual del proyecto en las organizaciones ecológicas, sociales, gobiernos y sociedad civil. Entonces, ¿qué pasó?

1. La forma es más importante que el fondo. A veces, tener una determinación es mejor que plantearlo como una opción. El plan B puede influenciar la motivación de apoyar el A.
2. Proyectos de largo plazo requieren soluciones de largo alcance. La crisis financiera que apareció poco más de un año después del lanzamiento de la iniciativa en la ONU, sin duda perjudicaron la disponibilidad de recursos, por lo que una mayor creatividad en los incentivos de inversión o donación, competían con la necesidad de ampliación de los plazos impuestos.
3. Los mecanismos de incentivos a la inversión ambiental no se han desarrollado suficientemente. El valor y nivel de negocios de certificados de carbono, el programa REDD (incentivo a la reducción de emisiones por deforestación y degradación de suelos), los pagos por servicios de ecosistemas, son promesas importantes, pero en 7 o 10 años más.
4. Es más fácil valorar los ingresos petroleros proyectados que el valor de la preservación a largo plazo. Por eso, no debería considerarse las variables económicas como el único elemento de decisión. Un conjunto de impactos, económicos-sociales-ambientales, deben ser sustentados con transparencia.
5. Sí es posible una explotación petrolera con menores impactos, pero depende de quién y cómo se hace. Se pueden mitigar muchos daños si los estudios de impactos ambientales y sociales son profundos y exigentes, y se basan en una licitación abierta y competitiva que atraiga a los mejores en eficiencia y tecnología.

En Chile, por ejemplo, las autoridades han negado o postergado varios proyectos hidroeléctricos por exigencias elevadas. En Costa Rica, por otro lado, la explotación petrolera en la Isla del Coco, o la minera en el norte del país, se pararon por determinación presidencial.

En ese país, la preservación no es una opción, es una determinación. En definitiva, la decisión de Explotar vs Conservar, es un dilema complejo, y la solución está en una pregunta mayor: ¿Qué país queremos para nuestros hijos o nietos? De ahí, que la respuesta tiene un alto contenido político.

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